Goeritz y De Robina
Curaduría y textos
por Aldo Solano Rojas

Mathias Goeritz

Vitral para la ventana coral, 1964

3.28 x 1.87 m

Vidrio, hierro

Fotografía: Iván Meza

Muebles modernos en templos antiguos

El proyecto original del Conjunto Urbano Nonoalco-Tlatelolco no sólo consistió en construir edificios de viviendas, sino que involucró todo un despliegue de espacios públicos, parques, calles y monumentos que vincularon a la unidad habitacional con el resto de la ciudad. Como parte de la construcción del nuevo barrio, se restauraron edificios preexistentes para conformar lo que hoy conocemos como la Plaza de las Tres Culturas; además de excavar y restaurar la ciudad prehispánica, se le dio nueva vida al templo de Santiago Tlatelolco.

El templo de Santiago fue restaurado por el arquitecto y arqueólogo Ricardo de Robina, quien invitó al artista Mathias Goeritz a diseñar los nuevos vitrales, via crucis y retablo principal. A principios de 1960, el edificio se encontraba en avanzado deterioro y carente de gran parte de su mobiliario original. Ricardo de Robina comenta: “Teniendo en cuenta que aparte de la estructura arquitectónica de muros, pilastras, arcos y bóvedas internos no se conservaba ningún elemento de la decoración original, todas aquellas partes faltantes se conservaron y realzaron en materiales y forma con un sentido contemporáneo que al mismo tiempo contrastase y diese relieve a la arquitectura original” (Arquitectura/México, 1966).

Este dúo ya tenía experiencia en trabajar con edificios religiosos coloniales: habían restaurado la catedral de Cuernavaca en 1957 y la iglesia de San Lorenzo en el centro histórico un año después. De Robina encontró inspiración tanto en la iglesia de Notre Dame du Haut en Ronchamp, Francia (1955) como en la Capilla y Convento de las Capuchinas Sacramentarias en la Ciudad de México (1952). Los diseños del mobiliario para el templo en Tlatelolco juntan referencias de la arquitectura religiosa moderna, gestos de origen mudéjar y materiales preferidos en tiempos prehispánicos para lograr una síntesis de la identidad mexicana. Así, la mezcla de culturas que había dado fruto al México moderno no sólo estaba depositada en la Plaza de las Tres Culturas, sino al interior de la iglesia de Santiago Tlatelolco.

El templo modernizado fue equipado con los muebles necesarios para el rito católico. Los diferentes elementos fueron conceptualizados como parte de un total que sirvió para dar un tenor vanguardista a la vez que tradicional al interior del edificio. En las tres iglesias, el mobiliario dialogó en sintonía con la integración plástica de Goeritz, fundiendo con el mismo lenguaje las esculturas, vitrales y retablos con mobiliario funcional y arquitectónico. De hecho, la solución del conflicto mendiante la armonía y la síntesis motivó el proyecto entero de la Plaza de las Tres Culturas.

Ricardo de Robina

Confesionario, 1964

2.40 x 3.10 x 1.16 m.

Madera de pino ensamblada

Fotografía: Iván Meza

Confesionario

Siguiendo la disposición de los confesionarios tradicionales, Ricardo de Robina colocó el asiento del sacerdote al centro con reclinatorios abiertos a sus flancos. Una puerta con una celosía, que da privacidad al párroco, es el principal elemento decorativo de todo el mueble. Los dos pilares trapezoidales dan más altura al diseño, dialogando directamente con el via crucis. Cada confesionario está hecho a partir de tablones de pino, una madera históricamente barata y fácil de manejar, una referencia directa del diseñador a los votos de pobreza de la orden franciscana, quienes fundaron el templo y el colegio anexo en el siglo XVI. Las tablas de pino que construyen al mueble están ensambladas entre sí por medio del machimbrado, prescindiendo así del uso de clavos o tornillos. Este fue el sistema constructivo de los alarifes mudéjares que llegaron desde Andalucía una vez terminada la guerra con los mexicas. Las estrellas de ocho puntas de la celosía son otra referencia a la cultura mudéjar. Esta tipología de mobiliario ya había sido previamente explorada por De Robina en los confesionarios para San Lorenzo y en los muebles diseñados para la catedral de Cuernavaca, aunque de manera más tímida y menos escultural.

Ricardo de Robina
Planos para muebles de madera de la iglesia de Santiago Tlatelolco, Confesionario, 1963.
Medidas aprox: 70 x 30 cm.
Colección Archivo de Arquitectos Mexicanos, Facultad de Arquitectura UNAM

Detalle confesionario, interiores.  Macedo, Ortiz Luis. “Criterio de una restauración” en Arquitectos de México, núm. 7, 1958 Pág: 32.
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Ricardo de Robina

Banca, 1964

Madera de pino y hierro

87 x 315 x 91 cm

Fotografía: Iván Meza

Bancas

Dos gruesos tablones forman cada banca: sus nudos y la veta de la madera son más que evidentes. En el diseño falta ornamentación salvo por las cuatro piezas de hierro forjado de color negro que son el soporte de los asientos y de los reclinatorios. Las bancas tienen depresiones que garantizan un cierto grado de ergonomía, pero casi parecen no haber sido diseñadas. Se fabricaron más de 50 asientos que llenan casi por completo la nave. Visto como un todo, su repetición lineal anima el aspecto vacío y sobrio del espacio. El color cálido de la madera de pino –junto con las cancelas y los confesionarios— contrasta con el mármol blanco del piso y los muros encalados.

Ricardo de Robina, Mathias Goeritz

Cancelas, 1964

Madera de pino y vitral 

Fotografía: Iván Meza

Cancelas

Tal vez, en donde más evidente se hace la cooperación entre De Robina y Goeritz, es en las altas cancelas de cedro que identifican y protegen cada entrada; se trata de los muros de madera que impiden la vista desde el exterior hacia adentro y bloquean los rayos del sol. Su división en tres secciones dialoga con el retablo articulado del altar mayor. La cancela de la entrada se adapta a la curvatura irregular de los arcos del sotocoro: aquí, el diseño moderno se adaptó a la arquitectura novohispana. Cada cancela tiene una ventana circular con un vitral en tonos violáceos. Al pasar la luz, crea una atmósfera espiritual, tiñendo los muros encalados de un azul eléctrico. Para 1964 tales cancelas eran bastante arcaicos, pero el arquitecto los usa para sorprender al usuario, pues al penetrarlos se encuentra en un entorno totalmente modernizado.

Los vitrales para Santiago Tlatelolco


Parte fundamental de la restauración de la parroquia de Santiago Tlatelolco fue la integración plástica depositada en él. A cargo de las intervenciones artísticas estuvo Mathias Goeritz, quien trabajó de la mano con Ricardo de Robina, el arquitecto restaurador de toda la obra en 1964.

Goeritz intervino el edificio a partir de la sobriedad de la restauración, la cual, al interior del templo, se limitó a la conservación de las pocas pinturas novohispanas que sobrevivían; los muros internos fueron pintados de blanco y sólo el ábside fue desprovisto de cualquier aplanado, dejando ver los materiales constructivos, principalmente sillares de tezontle y su característico color rojo.

La idea de intervenir templos novohispanos con vitrales modernos no fue aplicada por primera vez en Tlatelolco, Goeritz ya tenía experiencia con ejercicios previos en la catedral de Cuernavaca y, en la de Ciudad de México, el templo de San Lorenzo y la catedral de Azcapotzalco. En el caso de la parroquia de Santiago Tlatelolco los vitrales tuvieron un papel mucho más protagónico que en cualquier ejercicio previo: el ambiente interior de la parroquia fue intervenido por los colores de los vidrios, hasta el día de hoy su característico color violeta es parte fundamental de la remodelación, el blanco de los muros fue, desde un principio, el lienzo en blanco que intervendrían los vidrios de colores de Goeritz. El vidrio de todos los vitrales fue hecho en la fábrica de Carretones, la cual era conocida en ese entonces por su fuerza laboral femenina. 

El artista colocó vitrales color azul en toda la nave, estos, junto con los colocados en las cancelas, dan a todo el templo una luz tenue que invita a la contemplación y que dialoga con la arquitectura del templo renovado. Sólo dos vitrales fueron de color rojo: el que se encuentra en el ábside con orientación al norte y el de la ventana coral con orientación al poniente, se trata de los vanos que alumbran el altar principal en el ábside y que dialogan con el rojo del tezontle.

Los colores de los vitrales dialogaron directamente con la materialidad del interior de la iglesia, no obstante, los diseños de Goeritz también partieron del exterior del edificio: las caprichosas formas de los vidrios que conforman los vitrales son referencia directa al aspecto de los muros externos del mismo templo; los sillares cuadrangulares e irregulares de tezontle rojo y negro fueron una característica material que el artista no pasó por alto y reinterpretó en los ventanales de colores. 


La luz y el color provistos por los vitrales del templo potenciaron las calidades plásticas del mobiliario diseñado por De Robina y, sobre todo, fueron pensados para hacer resaltar al altar mayor, un diseño también de Goeritz que incorporó un relieve en madera de Santiago Matamoros del siglo XVII, único sobreviviente del retablo original de esa parroquia. El altar es una clara referencia al diseñado anteriormente para el convento de las Capuchinas en 1953, ambos se insertan en los “mensajes metacromáticos” del artista, lienzos cubiertos en pan de oro, que explotaban el color y brillo del metal junto con su naturaleza reflejante, lo que involucraba la presencia de los espectadores. Si tomamos en cuenta que el altar fue colocado enfrente de un muro desnudo de tezontle, que a su vez es iluminado por vitrales rojos que contrastan con el resto de la nave teñida en azul, podemos ver cuán cuidadoso fue el diseño cromático del interior del templo, poniendo toda la atención en el altar.

Opuesto a otros casos de integración plástica, en Santiago Tlatelolco el arquitecto y el artista trabajaron principalmente a partir del color y de la luz y no de intervenciones materiales o monumentales directas en la arquitectura; esto explica la sobriedad del interior del templo y lo simple del mobiliario, los cuales funcionan en la atmósfera de introspección que el color da a todo el edificio. Así, la parroquia de Santiago Tlatelolco se distancia de otros templos intervenidos por la dupla Robina-Goeritz, al utilizar sólo dos colores en todo el templo que inundan todo el interior, a diferencia de Azcapotzalco, Cuernavaca o la Catedral en donde los mismos vitrales presentan composiciones que complementan la decoración interior de las iglesias. En Tlatelolco los vitrales fungen más como proveedores del color interior y son parte fundamental de la intervención moderna. 

 



Cápsulas de video

14 de octubre de 2021

"Intervenciones modernas en arquitectura religiosa"
Ivan San Martín