Estamos muy molestos y sorprendidos por lo que pasó: El 68 contado por niñxs
Ricardo Cardona
Uno de los principios del trabajo editorial del CCU Tlatelolco en torno al movimiento estudiantil del 68 nos lleva a transitar por canales alternativos a los ya aparentemente saturados del testimonio, la crónica o el ensayo por parte de activistas, periodistas y académicos; nos llama a diversificar los procesos y agentes de construcción de memoria, generar polifonía y evadir la hiper-solemnización. Con el paso de las décadas, el 68 se fue revistiendo de monumento y, ya vimos, a la autoridad no le gusta que nos acerquemos a los monumentos. Del monumento al mito ya no se requiere mediación.
En realidad, creo que México está aprendiendo a narrarse a sí mismo, y con ello, a reconocer una variedad de voces cada vez más amplia. La historia de la recuperación de memoria del 68 es también una historia de la discriminación de voces. El primer relato que se impuso fue del gobierno, cobijado por su maquinaria de medios. La primera voz perseguida y discriminada fue la de los propios estudiantes, que fueron asesinados y encarcelados masivamente. Las represiones del 68 ―considerando también el carácter sustentable de la impunidad y del silenciamiento social― fueron posibles, en parte, gracias a la ausencia de una cultura de memoria histórica y de derechos humanos. La sociedad no sabía reconocerse como víctima, por lo que tardó mucho tiempo en comprender la necesidad de producir narrativas al respecto, tanto de memoria, como de denuncia. ¿Será sintomático que la primera gran memoria del movimiento estudiantil, publicada en 1969, fuera escrita por un académico español (Ramón Ramírez)? En seguida aparecieron los libros de un dirigente estudiantil (Luis González de Alba) y el clásico de Elena Poniatowska (quien también es de procedencia extranjera), ambos personajes de enorme caudal literario.
Tal vez, la imposibilidad de relatarse a sí misma como una sociedad violentada ―y sin herramientas para obtener justicia― haya favorecido la repetición, más de cuarenta años después, de una represión de gran magnitud con participación de fuerzas del estado contra otra comunidad estudiantil (Ayotzinapa). Hace medio siglo, el simple hecho de ser estudiante, incluso de la UNAM, era una condición de vulnerabilidad y estigmatización. En pleno siglo XXI, estas condiciones prevalecen para normalistas rurales, sin embargo, la capacidad de relato y de memoria, así como el pensamiento político sobre derechos humanos y ciudadanía, se han manifestado en una sociedad infinitamente más solidaria y participativa. Sobre el 68, han tenido que pasar décadas para conocer la producción de memoria de comunidades marginadas, como las mujeres o las bases estudiantiles. La memoria de quienes vivieron desde su infancia el movimiento estudiantil parece haber quedado irremediablemente silenciada. Una fantástica excepción es el relato de Blanca Lilia Ramírez (El enorme tobogán), que sin embargo debe entenderse como una pieza pasada por los filtros de haber sido escrita desde la adultez y desde contextos (o marcos sociales, en términos de Halbwachs) distintos a los originales. El afortunadísimo libro chileno El diario de Francisca (Hueders, 2019: Patricia Castillo y Alejandra González), que reproduce los escritos de una niña de 12 años en septiembre de 1973, parece que no tendrá réplica en el caso mexicano.
La publicación El 68 contado por niñxs, que tiene como antecedente el taller infantil El 68 para niñxs, explora nuevas rutas de activación de memoria para el CCU Tlatelolco: por una parte, convoca a este grupo social, hasta ahora excluido, para incorporarlo al tejido de narrativas ritualizadas y acaparadas por ciertas comunidades. Por otra parte, busca cultivar la libertad de interpretación y apropiación del relato. Nuestra única agencia fue brindar a los niñxs información elemental para sentar las bases de la existencia del movimiento estudiantil de 1968 en la Ciudad de México, y con ello, proyectar la conformación de nuevos sujetos y objetos de memoria Todo sucedió entre julio y octubre de 1968. Notamos diversas reacciones: una descarga no sólo cognitiva, sino afectiva Hola, niña, ¿por qué estás entre tantos militares? ¿Qué hiciste y cómo te sentiste?; diálogos intergeneracionales inesperados Te advierto que no vayas a esa marcha o podrías morir; posicionamientos tempranos respecto a temas como la libertad de expresión Entonces los periódicos empezaron a mentir, el autoritarismo Lo peor es que dijo que ese año era el que más orgullo le daba y el derecho al diálogo o la interpelación a la autoridad Es importante reconocer las malas decisiones de los presidentes. Lucía, una de las niñas del taller, lo dice claro en la presentación del libro: Yo decidí participar en este taller para descubrir más sobre este país y compartir información para que después se puedan hacer muchas cosas con ella.
La autoría del libro procede de un ejercicio profundamente colectivo. A grandes rasgos, el proyecto transitó por dos etapas: la primera corresponde al taller, impartido por Liliana Pesina y diseñado al alimón con Jimena Jaso, al que se sumó el acompañamiento de la promotora de lectura Abril G Karera. Desde luego, es inevitable la mediación “adulta” que implica la impartición del taller y el despliegue de la información, sin embargo, fue prioritario favorecer el diálogo y la reinterpretación por parte de lxs nueve niñxs que tomaron el taller. En este proceso remató con la creación de sus propias piezas narrativas, mediante dibujos y escritos, entre los que destacan las cartas dirigidas tanto a personajes reales ―activistas, testigos o el mismísimo presidente de la República Es difícil escribirte por lo que hiciste (carta a Díaz Ordaz)―, como a entidades simbólicas que enriquecen la iconografía del 68: “perros-manta” que eran vestidos con consignas de los estudiantes, niñxs que aparecen en fotografías documentales de la época o la puerta de la preparatoria de San Ildefonso, destrozada por el ejército Querida puerta, quisiera saber qué sentiste cuando te dieron el bazukazo. El taller constó de cinco sesiones en línea que a su vez dieron paso a la creación de 70 piezas creativas dentro de un proceso inédito de reconstrucción de memoria histórica.
La segunda etapa fue propiamente editorial. Al equipo ya consolidado de talleristas, me sumé como diseñador y coordinador de la producción del libro. Reunimos y digitalizamos la obra de los niñxs, fue un deleite conocer materialmente los trabajos que ya habíamos visto a través del monitor. El gran desafío ―y hablo por todo el equipo―fue llevarlas a un lenguaje editorial que se convierta en material de literatura infantil. El tiempo, la divulgación y mediación de lectura nos dirá si hicimos un buen trabajo. En lo personal, El 68 contado por niñxs me dejó una de las experiencias profesionales más enriquecedoras. Fue revitalizante y aleccionador recorrer otros caminos hacia la historia del 68: volver a las preguntas esenciales, mirar a través del lente honesto de “ciudadanos en formación” que ponen el foco en cualidades afectivas y en otras presencias simbólicas y narrativas, nuevos personajes e interpelaciones.
Espero que de este libro germinen compromisos afectivos e intelectuales hacia nuestras memorias política y social; y con ello, dar vitalidad a signos de identidad entre personas que busquen reconocerse como miembros de una comunidad. Por otra parte, quisiera que esta experiencia ―taller, publicación, lectura― contribuya a seguir cuestionándonos las formas de construcción de memoria y abrazar la pertinencia de caminar como sociedad hacia la consolidación de una cultura de memoria histórica.